


Mi historia
Nací un 29 de junio del 2000 en Morón, zona oeste de Buenos Aires. Llegué de noche, y por eso mi mamá decidió ponerme Luna. Siempre sentí que ese nombre me representa: cambiante, curiosa y con una intensidad que me acompaña hasta hoy.
Crecí casi toda mi vida en zona oeste, aunque de manera intermitente. Entre 2001 y 2002, después de un saqueo violento que terminó con mi papá y mi tío atados en una entradera, mis padres decidieron enviarnos —a mi hermana menor y a mí— a China, para quedarnos con mis abuelos y tíos hasta que las cosas se calmaran en Argentina.
Años después, alrededor de 2004 o 2005, volvimos. Yo no hablaba una palabra de castellano. Recuerdo a mi profesora Olga, que nos enseñaba con paciencia y ternura inmensas. Aquellas tardes de aprendizaje, risas y dibujos quedaron grabadas en mí.
Vengo de una familia tradicional china, trabajadora. Mis padres fueron supermercadistas toda su vida. Crecí entre góndolas, carritos y cajas registradoras. A los ocho años ya sabía manejar una caja y hacer muchas tareas de adulto. Hoy lo pienso y sonrío: me siento como una especie de “Matilda” de barrio.
La escuela no fue fácil. Pasé por épocas duras, de miradas y palabras que dolían. No entendía por qué ser diferente era un problema hasta que me lo hicieron sentir. Con los años comprendí que el odio de los demás no era realmente hacia mí, sino algo que cargaban dentro o que venía de la ignorancia. Aprendí a no tomarlo personal: las burlas y la discriminación forjaron mi personalidad y me hicieron más fuerte.
A los quince años me mudé al sur de Brasil, donde mis padres ya se habían radicado desde 2009. Empezar otra vez, aprender un idioma nuevo y adaptarme a otra educación y cultura… fue desafiante, pero también enriquecedor. Los primeros meses no entendía mucho lo que decían los profesores, pero poco a poco todo fue tomando sentido. Esa etapa me enseñó el valor de la adaptación, de empezar de cero y de no rendirme.
Desde chica supe que quería dedicarme al arte. Como toda niña, vivía mirando Disney Channel: Hannah Montana, Los Hechiceros de Waverly Place, Jonas Brothers… estaba fascinada, tanto que quería ser como ellos. Una vez se lo dije a mi papá, y me respondió: “Te vas a cagar de hambre. Ese mundo no es para gente como nosotros.”
Esa falta de apoyo fue triste, pero lo negativo siempre se convirtió en un impulso para seguir adelante, no en un obstáculo. Al principio pensé: “tengo que demostrarles que sí puedo”, pero al final entendí que la única a la que realmente tenía que demostrarle algo era a mí misma.
Fui la oveja negra de mi familia, la que soñaba con cámaras, sets y el mundo del arte, mientras los demás hablaban de elegir caminos más tradicionales y estables.
A los dieciocho, cuando terminé el secundario, decidí volver a Buenos Aires sola. Era momento de empezar mi vida. Mientras estudiaba en la universidad, empecé a meterme en el mundo de los castings. Recuerdo mi primera publicidad: una de jugos, después de tres intentos fallidos. No era el proyecto más grande, pero para mí fue el comienzo de algo.
Con el tiempo llegaron más oportunidades: videoclips, trabajos como modelo, cine, televisión… y marcas con las que jamás pensé trabajar. Coca-Cola, Apple, Extra Gum, filmaciones en Uruguay y Chile… y cada paso era una pequeña victoria.
Mi niña interior todavía sonríe cada vez que recuerdo todo eso. Porque no la abandoné. Porque a pesar de los miedos, las voces externas y las veces que sentí que estaba sola, seguí fiel a mis deseos.
Hoy sigo explorando, descubriéndome y enfrentando desafíos que me enseñan algo nuevo cada día. Lo que más me define es no rendirme, seguir mis deseos y ser fiel a mí misma, aunque a veces el camino sea incierto. Mi historia no termina acá: cada paso que doy me permite construir la persona que quiero ser y disfrutar del camino, con todos sus aciertos y errores.
Aprendí que animarse a soñar y perseguir lo que uno quiere, incluso cuando parece que todo está en contra, es lo que realmente hace crecer. Que errar y volver a empezar mil veces está más que bien; de los errores se aprende tanto o más que de los aciertos. Confiar en uno mismo, dejar que el ruido externo no nos aleje de nuestros propósitos y seguir avanzando, paso a paso, es parte de construir lo que queremos.
Y te pregunto a vos, que me estás leyendo: ¿qué sueños de tu niña interior siguen vivos hoy? ¿Todavía te hacen sonreír? ¿Te estás dando la oportunidad de seguir tus deseos y sueños, aunque sean pequeños pasos?
Agradezco que hayas llegado hasta acá y leído mi historia. Si algo de esto resonó en vos, quiero que sepas que no estás sola. Siempre hay espacio para creer en vos misma y en tus sueños.
No pierdas nunca tus ganas de soñar. Que nada ni nadie apague tus sueños.
Con amor,
Luna
© 2025 Lucía Luna Li